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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Igor se abrió camino a través de la multitud hasta que llegó junto a Tata.

—Esstá todo bien —dijo—, no podía dejarlo passar, fue dessgrassiado...

La neblina se levantó en una torre hirviente, hubo un momento de discontinuidad, un sentimiento de tiempo rebanado, y luego una figura estaba de pie detrás de Vlad y Lacrimosa. Era algo más alto que la mayoría de los hombres, y vestía traje de noche que podía haber estado en estilo alguna vez. Su pelo estaba surcado de gris y cepillado hacia atrás sobre sus orejas de una manera que daba la impresión de que su cabeza había sido diseñada por su eficiencia aerodinámica.

Unas manos perfectamente manicuradas agarraron los hombros de los vampiros más jóvenes. Lacrimosa se volvió para rasguñarlo, y se encogió cuando él gruñó como un tigre.

Entonces la cara regresó a algo más cerca de lo humano, y el recién llegado sonrió. Parecía realmente complacido de ver a todos.

—Buenos días —dijo.

—¿Otro sangriento vampiro? —dijo Tata.

—No cualquier viejo vampiro —dijo Igor, saltando de un pie al otro—. ¡Ess el viejo amo! ¡El Viejo Ojoss Rojoss esstá de regresso!

Yaya se puso de pie, ignorando la alta figura que sujetaba firmemente a los dos vampiros repentinamente dóciles. Avanzó sobre el Conde.

—Conozco todo sobre lo que usted puede y no puede hacer —dijo—, porque usted me permitió entrar. Y eso quiere decir que no puede hacer lo que yo no puedo. Y usted piensa exactamente como yo, la diferencia es que lo he hecho más tiempo y soy mejor que usted en eso.

—Usted es carne —gruñó el Conde —. ¡Carne inteligente!

—Y usted me invitó a entrar —dijo Yaya—. No soy del tipo de ir donde no soy bienvenida, estoy segura.

En los brazos del Conde la bebé empezó a llorar. Él se puso de pie.

—¿Qué tan segura está de que no dañaré a esta niña? —dijo.

—Yo no lo haría. Así que usted no puede.

La cara del Conde se retorció mientras luchaba con sus sentimientos y también con Magrat, que le estaba pateando las espinillas.

—Podría haber resultado... —dijo, y por primera vez la seguridad se había escurrido de su voz.

—¡Usted quiere decir que podría haber resultado para usted! —gritó Agnes.

—Somos vampiros. No podemos evitar lo que somos.

—Sólo los animales no pueden evitar lo que son —dijo Yaya—. ¿Me dará la bebé ahora?

—Si yo... —empezó el Conde, y luego se irguió—. ¡No! ¡No tengo que negociar! ¡Puedo luchar contra usted, exactamente como usted luchó contra mí! Y si yo salgo de aquí ahora, no creo que haya alguien que se atreva a detenerme. Mírense... todos ustedes... y mírenme. Y ahora mírenlo. —Saludó con la cabeza hacia la figura que sujetaba a Vlad y Lacrimosa tan quietos como estatuas—. ¿Es eso lo que quieren?

—Perdone... ¿a quién se supone que estamos mirando? —dijo Yaya—. Oh... ¿El ‘viejo amo’ de Igor? El viejo Conde Magpyr, creo.

El viejo Conde asintió elegantemente.

—Su servidor, señora —dijo.

—Lo dudo —dijo Yaya.

—Oh, nadie le hacía caso —dijo Piotr, entre los ciudadanos de Escrow—. Sólo venía alguna vez cada tantos años y de todos modos si usted se acordaba del ajo no era un problema. Él no esperaba que a nosotros nos gustara.

El viejo Conde le sonrió.

—Usted me parece familiar. Uno de la familia Ravi, ¿verdad?

—Piotr, señor. Hijo de Hans.

—Ah, sí. Una estructura ósea muy similar. Dele mis recuerdos a su abuela.

—Falleció hace diez años, señor.

—Oh, ¿de veras? Lo siento tanto. El tiempo se va tan rápidamente cuando uno está muerto. —El viejo amo suspiró—. Una muy buena figura en camisón, según recuerdo.

—Oh, él estaba bien —dijo otra persona en la multitud—. Tomamos un traguito de vez en cuando pero nos recuperábamos.

—Ésa es una voz familiar —dijo el vampiro—. ¿Es usted un Veyzen?

—Sísseñor.

—¿Relacionado con Arno Veyzen?

—Tatarabuelo, señor.

—Buen hombre. Me dejó muerto como piedra hace setenta y cinco años. Una estaca directa a través del corazón a veinte pasos. Usted debe estar orgulloso.

El hombre en la multitud sonrió radiante con orgullo ancestral.

—Todavía tenemos la estaca colgada sobre la chimenea, su honorable —dijo.

—Bien hecho. Buen hombre. Me gusta que las buenas costumbres sean mantenidas.

El Conde Magpyr gritó.

—¡No es posible que ustedes puedan preferir eso! ¡Es un monstruo!

—¡Pero nunca hizo una cita! —gritó Agnes, aun más fuerte—. ¡Apuesto a que nunca pensó que todo era sólo un arreglo!

El Conde Magpyr se estaba acercando a la puerta con sus rehenes.

—No —dijo—, esto no va a ocurrir de esa manera. Si alguien realmente cree que no dañaré a mis encantadoras rehenes, ¿quizás ustedes tratarán de detenerme? ¿Alguien realmente le cree a esa anciana?

Tata Ogg abrió la boca, captó la mirada de Yaya, y la cerró otra vez. La multitud se dividió detrás del Conde mientras arrastraba a Magrat hacia la puerta.

Tropezó con la figura de Poderoso Avenas.

—¿Alguna vez ha pensado en permitir que Om entre en su vida? —dijo el sacerdote. Su voz temblaba. Su cara brillaba de sudor.

—Oh... ¿usted otra vez? —dijo el Conde—. Si puedo resistirla a ella, pequeño muchacho, ¡usted no es un problema!

Avenas sujetó el hacha delante de sí como si estuviera hecha de algún metal raro y delicado.

—Aléjate, asqueroso demonio... —empezó.

—Oh, santo cielo —dijo el Conde, empujando el hacha a un lado—. ¿Y usted no aprende nada, hombre estúpido? ¿Pequeño hombre estúpido que tiene una pequeña fe estúpida en un pequeño dios estúpido?

—Pero... me permite ver las cosas como son —logró decir Avenas.

—¿De veras? ¿Y usted piensa que usted puede cruzarse en mi camino? ¡Un hacha ni siquiera es un símbolo sagrado!

—Oh. —Avenas se veía alicaído. Agnes vio sus hombros que colgaban mientras bajaba la hoja.

Entonces levantó la mirada, sonrió alegremente y dijo:

—Hagámosla sagrada.

Agnes vio que la hoja dejaba un rastro dorado en el aire mientras pasaba alrededor. Se escuchó un sonido terso y casi sedoso.

El hacha cayó sobre las losas. En el silencio repentino sonó como una campana. Entonces Avenas extendió la mano y arrebató a la niña de las manos flojas del vampiro. Se la entregó a Magrat, quién la tomó en sorprendido silencio.

El primer sonido después de eso fue el crujido del vestido de Yaya mientras se ponía de pie y caminaba hasta el hacha. La empujó con su pie.

—Si tuviera un defecto —dijo, ingeniándose para sugerir que ésta era sólo una posibilidad teórica—, sería no saber cuándo darme vuelta y correr. Y tiendo a fanfarronear con una mano débil.

Su voz resonó en el salón. Nadie más ni siquiera había respirado todavía.

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