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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Variopintenen no podía imaginar a un ave fénix como presa. En primer lugar, ¿cómo podía cocinarlo?

... y en el rincón más oscuro de los establos, algo saltó a una percha...

Otra vez Agnes tenía que correr para mantener el ritmo mientras Tata Ogg entró a las zancadas en el patio, con los codos bombeando furiosamente. La anciana abordó a un grupo de hombres de pie alrededor de uno de los barriles y agarró a dos, derramando sus bebidas. Si no hubiera sido Tata Ogg, éste habría sido un desafío igual a lanzar un guante o, en círculos ligeramente menos elevados, hacer añicos una botella sobre el borde de una barra.

Pero los hombres parecían avergonzados y uno o dos de los otros en el círculo movieron los pies e hicieron un intento de esconder sus pintas detrás de la espalda.

—¿Jason? ¿Darren? Ustedes vienen conmigo —ordenó Tata—. Vamos a por los vampiros, ¿de acuerdo? ¿Alguna estaca afilada por aquí?

—No, Mam —dijo Jason, el único herrero de Lancre. Entonces levantó la mano—. Pero hace diez minutos el cocinero vino y dijo, ¿Alguien quiere todas estas cosas con ajo mordisqueadas que alguien ha estropeado?, y yo las comí, Mam.

Tata olfateó y luego dio un paso hacia atrás, abanicando su mano enfrente de la cara.

—Sí, eso debe servir bien —dijo—. Si les doy la señal, ustedes eructan enormemente, ¿comprenden?

—No creo que resulte, Tata —dijo Agnes, tan valientemente como se atrevió.

—No veo por qué, casi me está volteando a .

—Te lo dije, no llegarás lo bastante cerca, incluso si resultara en absoluto. Perdita podía sentirlo. Es como estar borracha.

—Estaré lista para ellos esta vez —dijo Tata—. He aprendido una cosa o dos de Esme.

—Sí, pero ella... —Agnes iba a decir ‘mejor ante ellos que tú’, pero lo cambió por—... no está aquí...

—Puede ser como dices, pero será mejor enfrentarlos ahora que explicarle a Esme que no lo hice. Vamos.

Agnes siguió a los Ogg, pero con mucha inquietud. No estaba segura qué tanto confiaba en Perdita.

Algunos invitados habían partido, pero el castillo había puesto un muy buen banquete y las personas de las Montañas del Carnero, de cualquier nivel social, nunca eran de pasar de largo ante una mesa cargada.

Tata echó un vistazo a la multitud y agarró a Shawn, que estaba pasando con una bandeja.

—¿Dónde están los vampiros?

—¿Qué, Mam?

—Ese Conde... Urraca...

—Magpyr —dijo Agnes.

—Él —dijo Tata.

—Él no es un... ha subido al... solar, Mam. Todos lo han hecho... ¿Qué es todo ese olor a ajo, Mam?

—Es tu hermano. Muy bien, continuemos avanzando.

El solar estaba en la cima del torreón. Era viejo, frío y con corrientes de aire. Verence había puesto vidrio en las ventanas inmensas, ante la insistencia de su reina, que significaba exactamente que ahora la inmensa habitación atraía las más astutas e insidiosas corrientes de aire. Pero era la habitación real —no tan pública como el gran salón, pero el sitio donde el Rey recibía a los visitantes cuando estaba siendo oficialmente informal.

La fuerza expedicionaria Tata Ogg subió la escalera de caracol. Avanzó a través de la buena y sin embargo gastada alfombra hasta el grupo instalado alrededor del fuego.

Ella respiró hondo.

—Ah, Sra. Ogg —dijo Verence, desesperadamente—. Reúnase con nosotros.

Agnes miró a Tata de soslayo, y vio que su cara se retorcía en una sonrisa extraña.

El Conde estaba sentado en la gran silla junto al fuego, con Vlad de pie a sus espaldas. Ambos se veían muy apuestos, pensó. Comparado con ellos, Verence parecía fuera de lugar, con sus ropas que nunca parecían caerle bien y una permanente expresión atormentada.

—El Conde estaba explicando en este momento cómo Lancre se convertirá en un ducado de sus tierras en Uberwald —dijo Verence—. Pero todavía seremos denominados como un reino, que yo pienso es muy razonable de su parte, ¿está de acuerdo?

—Una sugerencia muy atractiva —dijo Tata.

—Habrá impuestos, por supuesto —dijo el Conde—. No onerosos. No queremos sangre, ¡hablando figuradamente! —Sonrió por la broma.

—A mí me parece razonable —dijo Tata.

—Lo es, ¿verdad? —dijo el Conde—. Sabía que resultaría tan bien. Y estoy tan complacido, Verence, de ver su esencial actitud moderna. Las personas tienen ideas totalmente equivocadas sobre los vampiros, mire. ¿Somos asesinos perversos? —Sonrío a todos—. Bien, sí, por supuesto. Pero solamente cuando es necesario. Francamente, apenas podíamos esperar gobernar un país si fuéramos por allí matando a todos todo el tiempo, ¿verdad? ¡No quedaría nadie a quien gobernar, en primer lugar! —Se escuchó una risa cortés, la más alta la del Conde.

Para Agnes tenía sentido perfecto. El Conde era evidentemente un hombre justo. Alguien que no creía que sí merecía morir.

—Y somos sólo humanos —dijo la Condesa—. Bien... a decir verdad, no sólo humanos. Pero si usted nos pincha, ¿no sangramos? Que siempre parece un desperdicio.

Te han atrapado otra vez, dijo una voz en su mente.

La cabeza de Vlad se levantó. Agnes sintió que él la miraba fijamente.

—Estamos, sobre todo, actualizados —dijo el Conde—. Y nos gusta lo que usted ha hecho a este castillo, debo decir.

—¡Oh, esas antorchas allá en casa! —dijo la Condesa, blanqueando los ojos—. Y algunas de las cosas en los calabozos, bien, cuando las vi casi muero de vergüenza. Tan... de quince siglos atrás. Si una es un vampiro entonces una es —lanzó una pequeña risa de desaprobación—, un vampiro. Ataúdes, sí, por supuesto, pero no tiene ningún sentido merodear por allí como si una estuviera avergonzada de lo que es, ¿verdad? Todos tenemos... necesidades.

¡Todos ustedes están parados como conejos enfrente de un zorro!, rugió Perdita en las cavernas del cerebro de Agnes.

—¡Oh! —dijo la Condesa, batiendo las palmas—. ¡Veo que tiene un pianoforte!

Estaba bajo un lienzo en una esquina de la habitación donde había estado por cuatro meses hasta ahora. Verence lo había pedido porque escuchó que eran muy modernos, pero la única persona en el reino que estaría cerca de dominarlo era Tata Ogg quién, como ella decía, vendría ocasionalmente para un toque sobre los marfiles.11 Entonces había sido cubierto por orden de Magrat y se rumoreaba en el palacio que Verence había recibido un tirón de orejas por comprar lo que era efectivamente un elefante asesinado.

—A Lacrimosa le gustaría tocar para usted —ordenó la Condesa.

—Oh, Madre —dijo Lacrimosa.

—Estoy seguro de que nos encantará —dijo Verence. Agnes no habría notado el sudor que bajaba por su cara si Perdita no lo hubiera señalado: Él está tratando de luchar contra eso, dijo. ¿No estás contenta de tenerme?

Había algo de ajetreo mientras un fajo de partituras era sacado del taburete del piano y la dama joven se sentó para tocar. Miró furiosa a Agnes antes de empezar. Había alguna especie de química ahí, aunque del tipo que resultaba en que el edificio entero fuera evacuado.

Es un timo, dijo Perdita por dentro, después de las primeras notas. ¡Todos están mirando como si fuera maravilloso, pero es un barullo!

Agnes se concentró. La música era hermosa pero si realmente le prestaba atención, con Perdita codeándola, no estaba realmente allí en absoluto. Sonaba como alguien tocando escalas, mal y airadamente.

Puedo decirlo en cualquier momento, pensó. En cualquier momento que quiera, puedo despertarme.

Todos los demás aplaudieron cortésmente. Agnes trató de hacerlo, pero descubrió que su mano izquierda estaba repentinamente en huelga. Perdita se estaba poniendo más fuerte en su brazo izquierdo.

Vlad estuvo a su lado tan rápidamente que ni siquiera se dio cuenta de que se había movido.

—Usted es una... mujer fascinante, Srta. Nitt —dijo—. Un pelo tan encantador, ¿puedo decirlo? ¿Pero quién es Perdita?

—Nadie, realmente —masculló Agnes. Luchó contra el impulso de cerrar su mano izquierda en un puño. Perdita le estaba gritando otra vez.

Vlad acarició un mechón de su pelo. Era, lo sabía, un buen pelo. No era simplemente un pelo grande, era un pelo enorme, como si estuviera tratando de contrapesar su cuerpo. Era satinado, nunca se dividía, y se comportaba sumamente bien excepto la tendencia a comer peines.

—¿Comer peines? —dijo Vlad, enrollando el pelo alrededor de su dedo.

—Sí, él...

Él puede ver lo que estás pensando.

Vlad parecía perplejo otra vez, como alguien que trataba de percibir algún ruido apagado.

—Usted... puede resistir, ¿verdad? —dijo—. La estaba observando cuando Lacci estaba tocando el piano y fallando. ¿Tiene alguna sangre vampiro en usted?

—¿Qué? ¡No!

—Podría ser arreglado, jaja. —Sonrió. Era la clase de sonrisa que Agnes suponía era llamada contagiosa pero, entonces, también lo era el sarampión. Llenaba su porvenir inmediato. Algo estaba volcándose sobre ella como una esponjosa nube rosada que decía: todo está bien, todo está bien, esto es exactamente correcto...

—Mire a la Sra. Ogg allí —dijo Vlad—. Sonriendo como una calabaza, ¿verdad? Y es aparentemente una de las brujas más fuertes en las montañas. Es casi angustioso, ¿no cree?

Dile que sabes que él puede leer mentes, ordenó Perdita.

Y otra vez, la expresión perpleja y curiosa.

—Usted puede... —empezó Agnes.

—No, no exactamente. Sólo personas —dijo Vlad—. Uno aprende, uno aprende. Uno recoge cosas. —Se lanzó sobre un sofá, una pierna sobre el brazo, y la miró pensativo—. Las cosas estarán cambiando, Agnes Nitt. Mi padre tiene razón. ¿Por qué ocultarnos en castillos oscuros? ¿Porqué estar avergonzados? Somos vampiros. O, mejor dicho, vampyros. Padre es un poco entusiasta sobre la nueva ortografía. Dice que indica una ruptura radical con un pasado estúpido y supersticioso. En todo caso, no es nuestra culpa. Nacimos vampiros.

—Pensé que ustedes se volvían...

—¿... vampiros por ser mordidos? Oh cielos, no. Oh, podemos convertir a las personas en vampiros, es una técnica fácil, ¿pero cuál sería el punto? Cuando usted come... ahora, ¿qué es lo que usted come? Oh sí, chocolate... usted no quiere convertirlo en otra Agnes Nitt, ¿verdad? Menos chocolate por allí. —Suspiró—. Oh cielos, superstición, superstición por todos lados que miramos. ¿No es cierto que hemos estado aquí al menos diez minutos y su cuello está bastante libre de cualquier cosa excepto de una pequeña cantidad de jabón que usted no enjuagó?

La mano de Agnes voló a su garganta.

—Notamos estas cosas —dijo Vlad—. Y ahora estamos aquí para notarlas. Oh, Padre es poderoso a su manera, y un pensador muy avanzado, pero creo que ni siquiera él está consciente de las posibilidades. No puedo decirle qué bueno es estar fuera de aquel lugar, Srta. Nitt. Los lobizones... oh cielos, los lobizones... Personas maravillosas, no hay necesidad de que lo diga, y por supuesto el Barón tiene cierto estilo áspero, pero realmente... deles una buena cacería de venados, un sitio caliente frente al fuego y un buen hueso grande, y el resto del mundo puede seguir. Hemos hecho todo lo posible, realmente. Nadie ha hecho más que Padre para traer nuestra parte del país dentro del Siglo del Murciélago Frugívoro.

—Está casi terminado... —empezó Agnes.

—Quizás por eso está tan entusiasmado —dijo Vlad—. El sitio está sólo lleno de... bien, vestigios. Quiero decir... ¿centauros? ¡Realmente! No tiene sentido que sobrevivan. Están fuera de lugar. Y francamente todas las razas más bajas están tan malas. Los trolls son estúpidos, los enanos son engañosos, los duendes son malvados y los gnomos se pegan en los dientes. El tiempo en que eran se acabó. Terminados. Tenemos enormes esperanzas de Lancre. —Miró a su alrededor con desdén—. Después de un poco de redecoración.

Agnes volvió a mirar a Tata y a sus hijos. Estaban escuchando con mucha satisfacción la peor música desde que las gaitas de Shawn Ogg habían caído por la escalera.

—¿Y... ustedes están tomando nuestro país? —dijo—. ¿Así como así?

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